Hay momentos que recuerdo con una claridad que asusta. Fue una tarde del ´89. Fuera jugaban a la pelota mis amigos de toda la vida. Yo remoloneaba en un sillón orejero de cruel imitación de piel burdeos. Buscaba una postura que me ayudara a seguir pasando el tiempo si hacer nada.
En ese no hacer nada apareció, en el viejo televisor de pantalla cóncava y ocho canales, un tío con pelos raros y cara maquillada. Lo más parecido a un personaje de "La bola de cristal" (Qué gran programa).
En ese preciso instante descubrí que algo había cambiado dentro de mí. Había pasado el umbral. Ya no era un niño, ya no quería seguir jugando a la pelota en la calle. Inquietudes de otras latitudes habían llegado hasta mí para quedarse.
Y hoy, veinticuatro años después, aquí estoy. Tumbado en un moderno sofá de diseño, igual de incómodo que el sillón orejero de mi madre, descubriendo que igual me estoy haciendo mayor. Disfrutando del vértigo que supone volver a dejar atrás una piel antigua para cambiar de color.
Lullaby...the cure