La vio entrar justo unos segundos después de él, ni siquiera había tenido tiempo de pedir su copa al camarero, un guapo moreno que unía en sus rasgos una sonrisa brasileña con una mirada del norte de África. Mientras observaba con atención como el camarero se afanaba en su daikiri volvió su mirada para ver dónde se había sentado ella. Sabía elegir, de eso no había duda. Ella eligió la mesa junto a la ventana, sentándose de forma que las personas que paseaban por la calle pudieran percibir su cabello pelirrojo y la caída de su hombro izquierdo, pero no su rostro.
Tras mojar los labios de daiquiri él pareció ir hacia el baño, pero se quedó a mitad de camino, apoyándose sobre la pared, al final de la barra, desde donde ella pudiera sentirse observada.
El camarero le mostró una sonrisa para pedirle que le dejara pasar. Un bloody mary coronaba su bandeja. Cuando regresó a la barra el camarero le susurró, como si tuviera miedo a que ella pudiera oir lo que le iba a decir:
- Es guapa y misteriosa. De donde yo vengo sería considerada una bruja con ese pelo y -después de un corto silencio - y esos tacones.
Él no dijo nada, simplemente asintió con una caída de párpados.
Veinte minutos después el local había tomado ambiente. Ya no podía verla sin moverse de su sitio antes privilegiado. En ese tiempo había contado dos hombres que se habían acercado a hablar con ella, más un grupo de jóvenes que parecían universitarios. Pensó que la iluminación y la decoración del local era ideal para ambientar una bonita historia entre desconocidos. La voz de Najwa Nimri parecía sonar sólo para ellos dos. Eso imaginaba él aunque en ningún momento consiguió cruzar una mirada con ella.
La voz del camarero le saco de su ensimismamiento.
- ¿Le sirvo otro daiquiri?
- Está bien. Pero añádele un golpe de marraschino.
Él miro hacia donde ella estaba, pero una nube de cabezas le impidieron verla. Decidió caminar hacia el baño, sintiendo cada uno de sus pasos, sintiendo cada centímetro recorrido, sintiendo el roce de su ropa contra la piel.
A la izquierda, la puerta del baño femenino indicado con un rostro creado por Klimt, a la derecha, un autorretrato de Egon Schiele mostraba el camino a los hombres. Un espejo de forja antigua reflejó su rostro inquieto e inseguro. Decidió mojar su cara, espabilar de una vez. Cuando regresó su mirada al espejo tras quitar las manos mojadas de su ojos, el rostro de ella apareció junto al suyo.
- ¿Por qué has tardado tanto en decidirte? Vamos, entremos, estoy deseando hacerlo - dijo ella, hablando con excitación, usando un tono de petición y orden al mismo tiempo.
- No quiero hacerlo.
- Vamos, no digas eso. Te encanta.
- Me encanta cuando no lo preparamos.
- No jodas.
- Lo sé Gloria, es una putada, pero no me sale hacerlo así. Me gusta cuando nos surge. Me encanta hacerlo en un baño, pero cuando es real, no cuando parezco el personaje de un corto.
- Tú ganas, por ahora. Eres la ostia. No pareces un tío.
- Cómo me digas que soy diferente me esfumo - amenazó José entre risas.
Salieron riendo del pasillo del baño regalándose algunos besos y muerdos.
- ¿Nos vamos? - preguntó Gloria
- No. Acabo de pedir otro daiquiri, ¿quieres otro bloody?
- Está bien. Ya no hay prisas.
Tomaron sus cocktails mezclando risas y humo.
- ¿Qué piensas? dijo él.
- Nada - dijo ella pensativa.
Media hora después salieron a la calle. Decidieron olvidarse del coche y dar una vuelta paseando. Les gustaba dejarse caer por las calles viejas del centro, hablar con sus personajes típicos.
- Espera, dame un segundo. Voy a ver si está una amiga en su casa.
Gloria bajó corriendo unos cincuenta metros y se detuvo en un portal. Él vio como llamaba al portero automático.
- José, ven, sólo será un segundo.
José fue, buscando una visita inesperada. Entró en el portal. No vio a Gloria. Llamó al ascensor.
- Sube por las escaleras, no seas vago.
José se encaminó a subir unos viejos y altos escalones de mármol, pensando cuantas personas habrían hecho lo que el estaba haciendo ahora.
- Si me dices que no, te mato.
Gloria estaba sentada en las escaleras, con los botones de su camisa abiertos y sus piernas cruzadas.
La excitación les llevó a olvidarse de todo, a no darse cuenta del ruido que hacían, a olvidarse de que alguien les pudiera ver. Crearon en la oscuridad a partir del sexo.
Regresaron a la calle aturdidos por el placer. Doblaron la esquina sin saber muy bien hacia donde encaminarse.
- Ey, Gloria ¿y tú amiga? Nos estará esperando.
- No conozco a nadie que viva en esa calle.