Siempre que llego a un hotel lo primero que hago es abrir las pesadas cortinas que ocultan las ventanas y descubrir la vista que me ha tocado en suerte.
Mi hotel estaba en una estrecha y céntrica calle de Lisboa, por lo que la vista no podía ser muy espectacular. No vería el Tajo, ni la zona de Belém, ninguna plaza de adoquinado imposible sería un regalo para mis ojos, pero mi curiosidad me hizo abrir con ilusión las cortinas buscando una sorpresa imposible. No hubo sorpresa. Frente a mí se alzaba un edificio gris e impersonal cuya mayor virtud era hacerte sentir como un lisboeta más en lugar de como un turista privilegiado que podía pagar un hotel de cinco estrellas en un lugar lleno de historia con mayúsculas.
Estuve asomado un minuto, feliz por haber descubierto que en la esquina había una pastelería tradicional donde podría saborear los pasteles de nata, un placer que hay que probar en Lisboa. Ya me iba a tumbar en la cama, otra de las cosas que me gusta hacer cuando llego a un hotel es probar el colchón, cuando descubrí frente a mí un curioso balcón que llamó mi atención.
Me pareció un balcón casi cubista, que podría haber sido pintado para la posteridad por Braque, Picaso o Juan Gris. Un balcón con una bonita forja en forma de corazones entrelazados y flores de lis y margaritas, madera desvencijada, pintura blanca llorosa que dejaba de vestir la madera, una surrealista cortina de baño para ocultar el interior de la habitación, una camiseta verde que parecía llevar meses colgada, una silla de plástico azul de las que podemos encontrar en las rebajas de unos grandes almacenes, y una zapatilla nike en la esquina del balcón, como para dar un toque de modernidad a un espacio que parece que hace mucho tiempo se había olvidado del reloj.
¿Quíen vivirá ahí? ¿Quién se asoma a ese balcón? Me quedé asomado un momento más por si aparecía alguien en aquel viejo balcón, que parecía que estaba allí antes de que fuera construído el propio edificio, pero nadie se asomó. Me tumbé en la cama, tomé un baño, me vestí, llamé a mis amigos para que me recordaran cuál era el lugar de la cena, revisé el travía que debía tomar para llegar al restaurante, hojeé un libro, miré en la tele un canal alemán que no entendía, y todo ello intercalado con miradas furtivas al balcón, pero nadie aparecía, ni tampoco alguien cerraba su puerta aunque era una fría y húmeda noche lisboeta en la que el Atlántico se cuela en los huesos.
En el viaje en tranvía no se me fue de la cabeza la imagen del balcón. Ni siquiera el bacalao que tome para cenar hizo que se desdibujara de mi mente, ni el vino, ni la cerveza, ni los mojitos, ni los pequeños bares del barrio alto, ni las risas, ni las conversaciones, nada pudo aquella noche con la imagen del balcón. Volviendo a casa me fijé en los balcones de las calles de Lisboa. Vi balcones de todas las formas imaginables, con ropa tendida, con macetas, de azulejos pintados, pero ninguno con sus puertas abiertas.
Ya en la habitación del hotel eché un último vistazo desde mi ventana, nada había cambiado, ni siquiera se habían preocupado por cerrar sus puertas. ¿Cómo puede dormir alguien esta noche de invierno con el balcón abierto?
Me di por vencido, dejé de imaginar, me dije a mí mismo "tonto, siempre imaginando poesía en cualquier rincón". Coloqué mi espalda en aquel duro colchón, junté dos almohadas, abracé otra y me dispuse a dormir sin querer soñar.
Me despertó el sonido de una sirena. Miré desde la cama hacia el balcón pero no hubo cambios. Caminé hacia el baño colocándome el cuello y me metí en la ducha con el único deseo de que el agua caliente resbalara por mi espalda y recolocara el puzzle en que la había convertido la cama. No me dio tiempo a completar el puzzle de mi espalda porque sólo tenía veinte minutos para abandonar la habitación. Recogí la ropa que había dejado por el suelo, descoloqué la maleta y salí a toda velocidad hacia recepción.
Mientras pagaba me di cuenta que la ambulancia que me había despertado estaba parada frente al hotel.
- Disculpe señor, ¿No traía usted equipaje?
- ¿Qué? -Aún estaba en estado de duermevela y no sabía a que se refería la señorita de recepción.
- La maleta. Es que veo que no lleva su maleta. Lo siento, pero me fijé en su maleta verde clara, no es un color habitual para una maleta.
- Tiene razón. Ay, me la he dejado en la habitación con las prisas.
- No se preocupe. Puede subir a por ella mientras termino de realizar su factura.
- Gracias, y gracias por ser una persona tan observadora, sin personas observadoras como usted estaríamos perdidos de verdad personas tan descuidadas como yo.
Agradecido por la amabilidad de la joven de recepción subí a por mi maleta. Abrí la puerta y vi como se cerraba la puerta del balcón. Hice un rápido y estúpido gesto para intentar ver quien cerraba aquella vieja puerta, pero no pude ver nada. El juego me ha vencido. Mi historia quedó sin personaje, al menos, sin un personaje a quien poder describir.
Bajé a recepción, recogí mi factura, le regalé un libro a la amable joven de recepción y salí a la calle. La ambulancia no se había ido y seguía con sus puertas abiertas. Del edificio surgió una camilla con una de esas horribles fundas grises. Dos enfermeros introdujeron la camilla sin vida en la ambulancia. Al cerrar las puertas traseras ví a una niña de unos 10 años con unas zapatillas nike en la mano, llorando y diciendo adios con su mano a la ambulancia que ya se perdía entre el tráfico sin prisas, sin hacer sonar su sirena.
¡Mala suerte, no saber quién vivía tras ese enrejado tan bonito!
ResponderEliminarSalu2 sin saudade.
Me avergüenza decir que aunque he leído la entrada no me he enterado de nada. Oír Lissboa es hacer que la cabeza me empiece a dar vueltass recordando mil cossas. Lisboa es sin duda una de mis ciudades favoritas, la considero una capital realmente romántica en el sentido máss amplio: sus balcones, sus azulejos, sus filósofos de la calle, sus conquistadoress..
ResponderEliminarEs más, desde el momento en el que leí sobre los "pastelaos" de nata he empezado a salivar y no sé de qué has estado hablando. Pero ssiendo en Lissboa ha tenido que ser inolvidable..
Que no te de vergüenza no haberte enterado de nada. Si te quedaste en la palabra Lisboa te ahorraste una historia con final triste. Yo también adoro Lisboa, me parece única. Creo que es la mejor ciudad para ir a recordar una historia bonita junto a la orilla del Tajo pensando en arrojarme desde la torre de Belém.
ResponderEliminarPd. ¿Si cierras los ojos no eres capaz de percibir el olor a pastel de nata en los Jerónimos?
He vuelto a leerla y al menos me siento aliviada por haber sido sincera y decir que no me había enterado; el final amarga cualquier "pastelao".
ResponderEliminarPrometeo, si cierro los ojos puede hasta notar que me atropella el tranvía..
Lisboa ess una maravilla y los pasteles de nata un placer :)=
Quiero ir a Lisboa contigo.Subir en uno de esos tranvías y recorrer toda la ciudad, quiero oler esos pasteles de nata...y sobre todo quiero olerte a ti..que hueles a "azufaifo"...seria genial, nos meariamos de risa contando historias absurdas y tomando unas cañas....joderrr quiero ir...y q s
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