Mientras trasladaba en silla de ruedas a un niña que se había hecho un esguince jugando al fútbol, vio entrar airadamente a un señor mayor con un curioso traje rojo y un vistoso bombín. El señor entró en urgencias gritando, pidiendo que le atendieran rápido, pero no parecía que sufriera ninguna dolencia importante. Antes de desaparecer por el pasillo y perder de vista a tan curioso señor solo pudo ver que señalaba el aire con un dedo vendado.
Esperando el ascensor y compartiendo gominolas con la chica futbolista podía oír lejanas voces que llegaban de la recepción del hospital. ¿Qué le ocurrirá a ese señor? - pensó- Miró el reloj mientras pensaba en el señor y oía sus voces y se dio cuenta de que a su turno le quedaban dos minutos para terminarse. Subiría a la niña en ascensor a traumatología, bajaría a vestuario y mañana será otro día.
No le gustaba aquel vestuario. La luz era demasiada blanca y era demasiado luminoso para tratarse de una habitación tan pequeña, en un hospital tan grande. Siempre pensó en aquella luz tan blanca como en una sala de autopsia.
Ya en vaquero y camiseta salió despidiéndose de su compañero de recepción, un funcionario descarado que estaba encantado de lucir sus cadenas de oro sobre un pecho con demasiado pelo. Cada día le costaba más enseñarle una sonrisa a ese tío.
Al salir, volvió a encontrarse con el señor mayor de traje rojo y zapatos impecables. Ahora reposaba el bombín sobre la rodilla y no paraba de mover la cabeza en un movimiento negativo, mirando su reloj con insistencia. Sintió la necesidad de acercarse y saber que le ocurría a ese hombre que se había vestido de una forma tan elegante para ir a urgencias.
- Hola. Soy Pili, trabajo aquí. Puedo ayudarle en algo.
- Sus compañeros no me quieren atender.
- ¿Se encuentra bien?
- He venido a quitarme los puntos de un corte que me hice en el dedo.
- Entiéndalo señor, aquí los casos se tratan por gravedad, no podemos hacerle pasar antes que a otros pacientes para quitarle a usted los puntos. Lo suyo no es tan grave como para venir a urgencias.
- ¡Qué sabe usted que es urgente! Tengo una comida con una amiga en menos de una hora. Tengo que llegar a la residencia donde está ella.
- Entiendo.
- No, no entiende. Allí son muy puntillosos con los horario de visitas y de comida. Si no voy hoy no sé si volveré a poder ir a verla. A los noventa no se sabe cuando será la próxima vez. Dejar pasar una oportunidad puede significar perderla para siempre.
- A ver ese dedo. Está bien. Venga conmigo. ¿Noventa años? No los aparenta. ¿Cómo lo ha hecho para llegar así de bien?
- Soñando, niña, soñando. Y viviendo algún sueño de vez en cuando.
Pili llevó al señor mayor hasta la sala de curas.
- ¿Cómo se llama ella?
- Ya da igual como se llama. No se acuerda ni ella misma.
- ¿Alzheimer?
- Si señorita. Puto Alzheimer. Vivir sin memoria.
- Y si ella no sabe ni la hora que es porque tiene tanta prisa, ella no distinguirá entre una hora o cinco minutos.
- Ella no. Pero yo sí. Para mí el tiempo sigue corriendo, y yo si sé que llegará el momento en que ella se tenga que ir cuando una enfermera se la lleve de nuevo a su habitación y me diga con una sonrisa estúpida en su cara: se terminó el horario de visitas. Recordar con ella momentos es uno de los sueños que vivo, y eso me ayuda a llegar tan bien a los noventa.
Ese fue el primer momento donde la cara gruñona del hombre por fin mostraba una sonrisa.
-¿Es su mujer?
- No. Es una antigua amiga. Nunca salimos juntos, pero siempre se quedó conmigo. Verla por azar en aquella residencia me hizo volver a escuchar música, releer poesías antiguas, pasear, ir a la playa, incluso un día me atreví a hacer footing, pero tuve que pararme a los dos minutos. Pero bueno, lo que quería decirle es que el amor no tiene una única etiqueta, ni una única ceremonia. Por suerte, no tenemos ni idea de donde está el amor. Ahora sí la estoy aburriendo.
- No. Ahora me ha dado una lección. Bueno, este dedo está perfecto. Es usted un buen paciente, no se ha quejado nada de nada.
- No soy un buen paciente, usted es una estupenda enfermera.
- No se vaya, le acerco a la residencia. ¿Sabe? Si fuera su amiga no me gustaría que me hicieran esperar. En algúna parte de su mente, de su corazón o de sus pupilas, yo qué se, ella también siente los nervios de comer con usted y sentarse a oír como fue su primer beso.
- ¿Por qué cree que nos besamos alguna vez?
- Porque yo también dejaría a mi lado a alguien que me besó de una forma diferente, aunque luego nunca hubiera salido conmigo.
Pili cogió la mano del señor mayor y salieron del hospital. Los dos salieron al aire libre con la mejor de las sonrisas, porque fueron sonrisa inesperadas surgidas de un turno que finalizaba y de las prisas de un enamorado.
ayudame a ser tu amiga....a disfrutarte....a divertirme....a no sentirme como una hija de puta......no quiero perderme nada......no es justo perderse "sentir"....quiero sentir contigo....quiero sentir con todos....quiero estar feliz..... y q s
ResponderEliminarEse primer besso podría volver a tener lugar esa misma noche. Los nervios de él y la memoria de ella lo estaban preparando sin darsse cuenta.
ResponderEliminarNo kiero ser tu amiga, no kiero nada k nos relacione, nada k nos involucreee, solo kiero ser tuya TUYAAAAAAAAAAAA otra vez..............¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡ hagamoslo
ResponderEliminar"Anónimo" ¿eres todo el rato el mismo anónimo? Qué gente..
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