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jueves, 3 de junio de 2010

El tirachinas.

- ¿Qué haces?
- Estoy haciendo un tirachinas para cazar dragones.
- ¿Dragones? ¿Hay dragones en este pueblo?
- ¡Claro que hay dragones! ¿De dónde eres?
- Soy del otro extremo de la tierra. Empecé a caminar hace un mes y no he parado hasta que te he visto ahí sola haciendo tu tirachinas. ¿De verdad cazas dragones?
- Si.
- Yo solo he visto cazar lagartijas. A mi solo me gustaba intentar acertar a darles, pero no me gustaba lo que le hacían luego, cortarle el rabo para ver si se seguían moviendo y todo eso.
- Pero una lagartija no es igual que un dragón.
-¿Hay algún dragón cerca ahora? ¿Se pueden ver?
- ¿Estas ciego? Date la vuelta y mira la pared, está llena de dragones. Les encanta salir las noches de calor y comerse los mosquitos que están junto a las farolas.
- Pero eso no son dragones, son lagartijas. Los dragones tienes alas y vuelan. Esas son lo que yo llamo lagartijas.
- Y una mierda van a ser lagartijas, son dragones. Las lagartijas y los dragones tienen diferente la cara. No tienes ni puta idea de dragones.
El chico se quedó sorprendido al ver salir aquellas palabras de la boca de la chica, pero le encantó como las decía. Nunca pensó que le pudiera gustar alguien por su forma de decir tacos.
- Vale son dragones. Es que yo de dragones no sé mucho. Solo sé que en todos los castillos donde hay una princesa encerrada hay un dragón. Siempre les toca hacer de malo, pero a mi me gusta pensar que no son tan malos como dicen en los cuentos.
- ¿Te gustan los cuentos?
- Si. Me gusta leer cuentos y pensar que algún día yo seré protagonista de alguna historia parecida, pero sin príncipes ni princesas, una historia normal.
La chica le miró con cara de incredulidad. ¿De dónde ha salido ese chico que dice que lleva un mes caminando?
- Anda, ve a buscar chinas y le tiramos a los dragones.
El chico recogió chinas hasta que hizo un pequeño montón de piedrecitas redondas, perfectas para convertirse en proyectiles contra dragones.
- Tiramos una vez cada uno ¿vale? -dijo la chica-
- No te preocupes, tira tú, a mi sólo me gusta apuntar, pero después pienso en su cara y me da pena.
- Chico, que raro eres.
Al chico le gustó ver como ella se preparaba para disparar. Como preparaba el tirachinas, con que cuidado cogía la piedrita, como apuntaba, como le molestaban los rizos para disparar y como se enfadaba cuando no le daba al dragón.
- ¿De verdad no quieres tirar? Anda, aunque sea una vez, juega.
- Vale pero sólo una vez.
El chico imitó todo lo que hacía la chica. Lo hizo todo muy lentamente. Cerró un ojo, apuntó con el tirachinas, disparó y... se entalló los dedos con el tirachinas. La chica cayó de culo al suelo de la risa.
-¡Qué torpe xe!
- Ya te dije que sólo me gustaba apuntar. Dijo el chico mientras también se reía.
Qué forma tan especial de reír -pensó él-
- De aquí no nos vamos hasta que caiga ese dragón...
- Niñaaaa - se oyó una voz que sólo podía pertenecer a una madre. Sólo una madre puede gritar así y que no suene mal. Era su madre. Ella salió corriendo.
- Tengo que irme, te dejo el tirachinas. ¿Vendrás mañana? -dijo mientras empezó a correr-
El chico se quedó mirando como ella corría, también de una forma peculiar, como su risa, y desaparecía tras el portal de una casa pintada de azul. Él se quedó en la calle, sólo, mirando el tirachinas que ella había puesto en sus manos. Miró al dragón que seguía comiendo insectos tranquilamente en la pared, apuntó, cerró un ojo, tensó la goma, pero no se atrevió a disparar. El chico siguió andando y desapareció por la cuesta abajo.
Al día siguiente la madre de la chica recogió el tirachinas que estaba en la entrada de la casa. Se lo dio a su hija acompañado de una pequeña regañina (siempre pierdes todo, un día perderás la cabeza). Ella lo cogió y pensó en el chico. Se dio cuenta de que en la goma había letras escritas.
- Me gustas.

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