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sábado, 15 de mayo de 2010

Soy una colilla.



Me presento. Soy una colilla.



A priori puedo parecer algo insignificante pero me considero afortunada. Millones de hermanas mueren cada día en ceniceros, todas juntas, oliendo a cadáver, para ir a terminar sus días en negras bolsas de basura junto a restos de comida, y cosas variadas dependiendo de la conciencia ecológica de la persona que se encarga de tirar las cosas.



Yo por mi parte vivo en la Plaza del Comercio de Lisboa. Para los que no conozcan esta ciudad, sería como si vosotr@s vivierais en un ático en la Gran Vía de Madrid, o en la Rambla en Barcelona, o en algún lugar con vistas al mar.



Es esta plaza un lugar donde se mezcla gente muy variada. Funcionarios que vienen a trabajar al ayuntamiento de la ciudad (de tenerlo tan cerca ya casi no miran al Tajo); Taxistas a la espera de recoger personas para de un modo mecánico dejarlas en sus destinos y volver aquí; Vendedores de todo tipo de cosas. Os contaré un secreto, nunca compreis hachis en esta plaza, es de mala calidad, al menos eso se rumorea entre los cigarros de la ciudad; Turistas procedentes de todo el mundo. Abundan los españoles, tan ruidosos, los ingleses, con cierto aire de superioridad por el hecho de estar en Portugal, alemanes, siempre dispuestos a buscar diversión, holandeses, tan gup@s e interesantes...



A todas estas personas tengo que añadir mis favoritas: los que vienen a pintar, los que vienen buscando la luz a diferentes horas del día para después vender sus cuadros a diez euros e intentar seguir viviendo de sus sueños y su mirada...

Ya sabéis donde vivo, ahora os diré como son mis días. Por mi fotografía puede parecer que vivo encajada en el suelo, pero nada más lejos de la realidad. Tuve la suerte de caer en el suelo de adoquines blanquinegro, algo muy típico en Portugal. De haber caído en cualquier acera normal habría sido recogida por las cebras de la escoba de algún barrendero, o lo que es peor, podría haber muerto bajo el huracan de esas maquinas limpiadoras modernas.

Sin embargo, ya me veis, vivo en la libertad de no tener techo. Vivir al aire libre tiene la ventaja de poder sentir el viento, el sol, la lluvia y ver a muchas personas.

Tengo un objetivo, llegar a ver el mar. Para eso cuento con la complicidad del viento. Es todo un riesgo dejarse llevar por el aire, pero es una sensación genial estar volando hasta el próximo hueco entre los adoquines. Espero a que nadie me mire, cojo carrerilla, y voy saltando con el viento camino del mar...cada vez estoy más cerca.

Sólo hay una cosa que me da pena cuando me pongo a pensar: para que yo pueda existir antes tiene que quemarse el cigarro. Las colillas no existimos hasta que las personas se fuman la nicotina. Es triste nacer desde la muerte. Vosotras, las personas, soléis nacer desde el placer del sexo, yo nazco de la mezcla del fuego y el humo, para, si no tienes suerte como es mi caso, morir al instante.

Antes de morir calcinado, el cigarro del que nací me dijo que tenía suerte, había nacido de un cigarro compartido por un hombre y una mujer que se miraban con ojos llenos de fuegos artificiales.

Tengo que dejaros porque empiezo a sentir la brisa que llega con la tarde y es el mejor momento para volar hacia otro hueco que me acerque a la orilla del mar.

Pd. Ha sido un placer. Y recordad, cuando veáis una colilla no penséis que es algo inútil, acabado, sino que también tiene sentimientos y sobre todo...tiene sueños.

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