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lunes, 17 de mayo de 2010

¡Qué bueno era jugar a la pelota!

Ayer fue un día de esos en los que el fútbol te inunda.

Cambié un concierto de María de Medeiros por ir a ver con mis padres el final de liga más igualado de la historia. No sé si es porque mis padres son cada vez más mayores o porque yo me estoy haciendo mayor, pero cada vez me cuesta más dar a mis padres un "NO" por respuesta. Así que hice una lasaña y me presenté en su casa dispuesto a "disfrutar" del final de liga. En el fondo si que lo disfruté porque ver con mis padres un partido, especialmente con mi padre, un partido acaba en risas. Es un no parar de criticar que al final te acaba sacando carcajadas, eso o te tiras por la ventana.


¡Qué agobio! Parecía que si no ganaba uno de los dos se pararía el mundo, y el lunes no llegaría, el tiempo se detendría y llegaría el apocalipsis. Vamos que estaba deseando que todo acabara. Y lo más gracioso es que a mi me gusta el Barça. Quizá es por haber jugado al fútbol hasta los dieciocho que ahora le tengo tanta manía. Conocer ese mundo por dentro te hace detestarlo. Es como ser ateo. Nada mejor para ello que estudiar en un colegio religioso.
El caso es que ayer me abrumaron esas dos horas de fútbol, con una conversación muy graciosa en el descanso desde la terraza. Escuchaba a los comentaristas, cuando mi padre nos dejaba oír, veía las caras de los espectadores, los insultos que regalan porque sí, porque en un campo de fútbol es el único lugar del mundo donde puedes decir "Hijo de puta" a gritos, y nadie te mira con cara de indignación.


Después de acabar harto del fútbol, volví a casa. Era de los pocos conductores que no hacía sonar el claxon para que todo el mundo supiera quien había ganado. Mi modo de protestar fue poner "Amelie" de Pereza más alto. Poco a poco fui dejando la avenida principal hasta llegar a mi casa.


Cuando llegué a casa me encontré una escena genial. Dos niños jugando a la pelota. Uno con la camiseta del Barça, otro con la camiseta del Madrid. Allí estaban los dos pasándose la pelota como si tal cosa. Esa escena me hizo recordar mi infancia. ¡Cuantas horas jugando a la pelota en la calle! Me gustó ver a esos chicos jugando, sin más, sin importarle las camisetas ni los escudos.


Mientras los adultos se bañaban en la fuente, hacían sonar el claxon, insultaban al otro equipo, se alegraban de la derrota del otro más que de la victoria propia, vociferaban... los niños se entretenían. Se entretenían porque no jugaban al fútbol, soñaban con la pelota. Jugaban a fútbol, baloncesto, tenis...soñaban ayudados con la pelota.


La escena me recordó a los chicos de la foto. A esos chicos los conocí en un pueblo de León donde fuimos para visitar una ermita románica. Se les fue la pelota y se la pasé. Les pregunté si les gustaba jugar a la pelota en la calle. Me dijeron que si, pero que en aquel pueblo no había niñ@s suficientes para jugar. Ese pueblo era muy pequeñito. Acabamos echando un partido con ellos una amiga y yo. Aquellos chavales nos hicieron sentirnos muy bien.
Ellos no lo saben, ni lo habrían entendido, pero nos fuimos de ese pueblo con veinte años menos. Fue como comerte un bollycao, oler una goma de sabor a nata o escribir en la pizarra del colegio.
Aquellos chicos de León me reconciliaron conmigo mismo, los chicos que encontré en mi portal me reconciliaron con lo que veía alrededor.


Pd. No quiero dejar de jugar a la pelota.




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