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sábado, 29 de mayo de 2010

Una esquina de París.


Bajo esas escaleras del centro de París recibí una de las mayores lecciones que me han dado en la vida.
Una amiga y yo sustituimos a esos dos chicos que aparecen en la fotografía. Ocupamos sus lugares cuando el cielo empezaba a confundir el rojo del atardecer con el negro de la noche. Por muy incómodas que fueran las sillas nos sentimos como si nos hubiéramos metido en un jacuzzi y después nos dieran una masaje en los pies. Había sido un agotador día de turismo por París, una ciudad donde todo es enorme: las avenidas, los monumentos, los edificios...sin embargo, no cambiaría nada de mi semana en París por esa esquinita bajo las escaleras.
Creo que durante los primeros quince minutos ni siquiera hablamos. Nos dedicamos a mirar a la gente que pasaba por la calle y las ventanas y tejados de los edificios que estaban frente a nosotros. El silencio nos ayudó a saborear mucho mejor el primero de los mojitos que pudimos beber aquella noche.
Una vez roto el silencio nos quedamos en lugares comunes. "Qué calor" "Puto París, ¿dónde está la ciudad del amor?" "Cinco pavos un café, no me jodas" "Mucho rollo, pero al final aquí estamos, tomando un mojito en una calle estrecha como si estuviéramos en cualquier otra ciudad, es más, en Caños de Meca el mojito seguro que está más rico" "Joder, a ver si al final no nos va a gustar París" "Bueno, da igual, nos guste o no nos guste hay que venir para saberlo ¿no?"... "Voy al baño y de paso pido otra ronda"...
¿El baño? El bañito, todo en París era enorme, menos aquel baño donde podía apoyar la cara contra la pared de enfrente mientras...
Cuando salí ya estaban los mojitos sobre la mesa y mi amiga hablaba con un señor mayor. Reconozco que al verla junto a aquel señor de pelo blanco, camisa medio desabrochada, vaquero y sandalias, me dieron ganas de decirle: "Niña, has triunfado. París lleno de gente guapa de todo el mundo y tu te llevas a Mister Benidorm". No dije nada.
Llegué a la mesa, dejé que el señor ocupara mi silla y me quedé de pie escuchando. Había algo en la voz de aquel señor que me hizo sentirme reconfortado al instante. El señor, lo llamaré así porque no recuerdo su nombre, fumaba sin parar y decidió unirse a nuestra ronda de mojitos. Durante un momento sentí dudas sobre él. ¿Qué pretendía? Ligar, hablar, pasar un rato agradable, sentirse bien sin más...Al momento nos dimos cuenta de que era una persona reconocida en el barrio, casi todas las personas que pasaban por allí y no eran turistas le saludaban y le regalaban sonrisas. Alguien a quien saludan de esa forma sólo puede ser una buena persona.
Era el señor quien manejaba la conversación, y tiene mérito, porque mi amiga y yo podemos hablar horas y horas. Sin embargo, el elegía el tema y nosotros solo podíamos seguir su corriente a duras penas. Nos cambiaba el tema cuando le apetecía, jugaba con nosotros en la conversación. Definitivamente el hombre estaba muy a gusto con nosotros.
Cuando salió la luna nos dijo "Este es el mejor momento del día, cuando la luna se situa entre esos dos tejados y se puede ver desde esta mesa, en esos veinte minutos puede pasar de todo". Durante esos veinte minutos nos habló de su mujer, que había muerto hace unos años, de lo que le gusta bailar y de la manía que le da que las mujeres le agobien por el simple hecho de ser un español en París, de lo que le gusta ir a Pamplona, de como empezó a trabajar como pintor en París con catorce años, de lo que le costó aprender el "puto francés"...
Poco a poco, aquel señor que hablaba con seguridad fue haciéndose pequeño (y nosotros con él) y empezamos a sentir nostalgia los tres. Él sentía nostalgia de su juventud, nosotros sentíamos nostalgia de lo que habíamos cambiado en estos últimos meses.
Después se hizo el silencio. Los tres mirábamos a un gato que estaba encantado de comerse nuestros cacahuetes. Él se levantó, se despidió invitándonos a comer macarrones al día siguiente en su casa que estaba allí al lado. "Chicos, no os perdáis nada de la vida, no dudéis, comeros la vida porque llega un día en que la vida te come a ti. No sabes como, pero llega un día en que te das cuenta que la vida te ha comido"
Aquella noche mi amiga y yo hicimos el amor, algo que no habíamos hecho antes. Creo que no entendimos nada de lo que nos quería decir el señor.
Al día siguiente comimos un bocadillo de atún, lechuga y mayonesa junto al Sena.

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